(Extracto)

     Me gustaría mucho que no se considerara este relato como algo autobiográfico; quedaría harto satisfecho, que simplemente nos haga reflexionar.
     Tal vez no estoy viejo, pero lo que sí es cierto es que ya no soy una persona joven.  Ya tengo mucho tiempo que a veces me siento con algunas molestias de salud y afortunadamente los médicos que he visitado han coincidido que controle el stress y haga ejercicio,  es decir no me han diagnosticado algo que se considere malo. 
     De tomarme unas cervezas ocasionalmente no paso y por lo demás mi vida es muy sana.  Ahora casi ya no lo hago y he acatado el consejo de hacer ejercicio; pero lo del stress es difícil controlarlo especialmente cuando nos tomamos los sufrimientos de los demás y trabajamos en un medio donde continuamente estamos frente a la muerte y el dolor humano.
     De los muchos exámenes que me mandaron los médicos, fue la prueba de esfuerzo y lo primero que me preguntó la doctora era que si había hecho mucho ejercicio en mi vida porque se sorprendía del excelente resultado que no era usual para mi edad.
     Me dedique a estudiar una carrera que me hizo renunciar a todo desde los veinte años y ha contribuido a que mi vida sea sedentaria con los consiguientes problemas de sobrepeso que esto implica.  Creo que si hubiera sido más fuerte y mantenido la voluntad y disciplina que siempre me caracterizó, sería el joven deportista que siempre fui.
     Casi desde los 12 años visitaba con frecuencia el gimnasio de físico culturismo de mi tío Quique, quien me inició también en el atletismo.  Después de esto y sin dejar los deportes señalados comencé a ser un apasionado del futbol y a los 15 años ya jugaba en la categoría libre de la liga de futbol del Filosofado Salesiano Don Bosco.  Corría grandes distancias y de forma disciplinada entrenaba varias veces a la semana.  Me caracterice por ser un corredor incansable, en el futbol corría por toda la cancha dándole apoyo a mis compañeros.
     Confieso que soñaba con el futbol; en los primeros años jugando en la categoría infantil del mismo Centro Salesiano, los partidos eran los sábados por la mañana, entonces desde el viernes que llegaba de la escuela me ponía mi uniforme y dormía con él.
     Toda la semana me pasaba deseando que llegara pronto el fin de semana.
     Como dije anteriormente, me han recomendado que haga ejercicio, pero retomar hábitos que se han dejado hace más de 30 años no es fácil; pero yo lo logre y tengo varias semanas de salir  a  correr.  Casualmente regrese a vivir al mismo barrio donde viví la bella época que les he contado.  La primera vez que salí a correr me emociono el aroma a los árboles de eucalipto que abundan en el área, así como el olor a grama lo cual me transporto a esos hermosos años.
     Generalmente no estoy corriendo mucho porque estoy comenzando, son más o menos 3 kilómetros y la ruta que tomo es por la carretera.  La mañana del sábado pasado me hice un tiempo para salir a correr, pero dispuse ir a darle vueltas a las canchas del Filosofado Salesiano Don Bosco, nunca me imaginé que al entrar en las instalaciones parecía volar en vez de correr, me puse a llorar al ver a los niños salir de misa, alocados por estar en la cancha… porque así era en mi tiempo no podíamos jugar si no entrabamos a misa, al menos yo me sé todo lo que los padres dicen en una misa de memoria.
     La emoción y la nostalgia daban vueltas en mi cabeza, era imposible que pararan las lágrimas al oír toda aquella algarabía, de niños felices como yo lo fui.  Y es que era el futbol pronto jugaríamos futbol… y creen ustedes que para nosotros había algo que nos hiciera más felices…? 
     Sin dejar de correr y disimulando mis lágrimas observaba a muchos niños como fuimos nosotros, flacos, ágiles, siempre con zapatos más grandes que nuestro número, porque el dueño anterior era más grande o porque los papas los compraban así para que nos durara más tiempo.  Una pantaloneta arrugada donde nuestras piernas colgaban con dos finas pitas y al comenzar el partido y el equipo al que le metieran el primer gol, se tenía que quitar la playera para que el juego transcurriera sin provocar confusión.  No sabíamos de las marcas famosas, éramos muy pobres tal como esos niños que se encontraban ese día allí.  Es más muchos niños jugaban descalzos, era muy común. Pero algunos tenían zapatos con tarugos de clavo, no existían los plásticos como ahora; y ya se pueden imaginar un puntapié…
     En la liga infantil era común ver niños bien chiquitos por chaparros y muy grandotes porque falseaban la edad o porque simplemente eran normales y no chaparritos como nosotros.  Pero no me lo van a creer ustedes pero los chaparritos éramos mejores… y no es por defender al gremio.  Las canchas eran de tierra en verano y de harto lodo y pozas en invierno.  Jugar cuando estaba lloviendo era una de las experiencias más lindas que me ha tocado vivir, y especialmente cuando de intención empujábamos al jugador contrario para que aterrizara en la poza.  Las que han de haber sufrido todo esto fueron nuestras madres porque en ese tiempo no existían las lavadoras, al menos para nosotros.
     En los encuentros no faltaban las peleas, donde nuestras caras tronaban de los puñetazos o la nariz y la boca escurría sangre, pero lo lindo era que al bajar la euforia se nos secaba el sudor y la ira, entonces buscábamos al ofendido y al ratos estábamos abrazados como si nada hubiera pasado.  Era curioso que los dos protagonistas resultaran siendo grandes amigos.  Al terminar el partido, ni soñar un refresco o una golosina, simplemente nos quedaba hacer cola para tomar agua del chorro donde todos ponían la boca.  No existían ascos, ni enfermedades… SIMPLEMENTE ÉRAMOS FELICES.
     En el Filosofado Salesiano Don Bosco, tuvimos de guías a sacerdotes y dentro de estos había de todo, como el Padre Cruz que guardaba la mitad de su comida para dársela a los niños muy pobres que llegaban sin desayuno y ni esperanzas de almorzar al volver a su casa. El Padre Castro que sus palabras eran como caricias y su risa como el abrigo que tanto se necesita cuando uno es niño.  Pero había un padre que gracias a Dios no recuerdo como se llamaba…  Cuando nos metíamos a la cancha sin permiso nos sacaba con una escopeta o con dos perros negros que nos hubieran hartado de un bocado.
     No me gustan los textos largos, pero quisiera decirles que nosotros cobramos muy caro el ser pobres… La vida nos pagó con una gran felicidad… FUIMOS FELICES.  Gracias a Dios, sólo estaba le Macdonals de la décima calle y SEXTA AVENIDA ZONA 1. No teníamos para envenenarnos con ese tipo de comida, tampoco nos podíamos comer una fritura y menos una agua gaseosa.  Casi siempre nos subíamos a los árboles a bajar naranjas u otra fruta.   Afortunadamente no pasaban futbol en la televisión que pocos tenían, el futbol lo jugábamos y tampoco éramos los jóvenes obesos que lucen sus playeras de equipos españoles, que gustan de ver los encuentros de estos en restaurantes comiendo pitza y que se dicen aficionados y saben tanto de futbol, pero no lo saben jugar porque nunca lo han jugado Nosotros no sabíamos de futbol, nosotros jugábamos futbol.
     Todo esto no es el deseo de volver a ser joven y expresar que ahora no soy feliz y que no lo son los niños de este tiempo, simplemente es para que nos preocupe saber más que tener más que regresemos al deporte y la vida sana. Que siga el amor que permitía que después de darse a las manadas pedir una disculpa abrazarse y ser amigos… Que nuestros niños sean felices a través del desahogo espiritual y lúdico de lo cual son expertos y no los condenemos a un sofá, una pantalla y una comida envenenada con grasa, azúcar y sal.


Juan Luis Gálvez Santizo